A pedir de boca


Nunca fui dueña de uno de esos hornitos mágicos - de fabuloso diseño cincuentero- tan representativos de nuestra generación. Siempre me parecieron demasiado naive, inclusive para una niña de 7 u ocho años. Además creo recordar que en alguna ocasión probé uno de esos pasteles que supuestamente llegaban a su punto de cocción gracias al foquito de 30 watts que se encontraba en su interior. Obviamente esa fue la razón principal para que yo no anhelara poseer uno de esos juguetes. ¿Para qué iba a querer un aparato que producía bizcochos tan poco apetitosos? Cuando yo me puse a hornear fue en serio. Tendría 10 u 11 años y pasaba las tardes de viernes haciendo galletas que generalmente quedaban duras como piedras. Solamente mis hermanos menores eran lo suficientemente golosos y temerarios para arriesgar su dentadura a cambio de un bocado que además generalmente resultaba empalagosísimo. También preparaba pasteles, e inclusive tomé un curso en el que aprendí a hacer chocolates. Esos sí que me quedaban buenos.
Los años pasaron, y la falsa idea de que sería profesionista de tiempo completo eternamente me fue alejando de las estufas. Sin embargo, a partir de este tremendo cambio de vida por el que he pasado en los últimos meses, he descubierto lo que es la pasión por la cocina. Me he quitado manías (como la de no poder manipular carne cruda) e ideas absurdas (como que ciertas preparaciones, como la del arroz, están reservadas solo para las expertas) y me he lanzado de lleno a aprender las recetas de la familia materna. Siempre juré que éstas terminarían por perderse, pues no sería yo (la única mujer sobreviviente de mi familia) la que se diera a la tarea de recopilarlas y practicarlas hasta el punto de perfeccionarlas. Si llegaré a igualar a mi nana y a mis ancestras, se sabrá acaso dentro de un lustro sino es que una década. Por lo pronto la familia ya tiene una esperanza más (aparte de mi hermano que también se ha puesto a cocinar) de que la tradición no se pierda.
Lo que todavía no logro es manejar la frustración de que un platillo no quede "como debería" después de tanto trabajo e ilusión invertidos. Ahora sé lo que se siente querer tirar a la basura un guiso con todo y recipiente. Los que saben de estos menesteres me han consolado diciendo que este sentimiento es absolutamente normal y que, no importa cuánto mejore, nunca quedaré del todo satisfecha. Vaya panorama. Lo bueno es que siempre habrá un deli o un take out para sacarnos del apuro, pero el sueño de cualquier cocinera que se precie de serlo es que todo quede a pedir de boca.

Read Comments

No hay comentarios: