Detener el tiempo




No es casual que en algún punto de la historia el hombre haya soñado con detener el reloj. Los minutos se escapan velozmente frente a nuestros ojos convirtiéndose en horas, días, semanas, meses y años sin que podamos hacer nada por evitarlo.
Y en ese angustiante transcurrir pareciera que cumplimos al pie de la letra con todo lo ordinario (como los trayectos diarios, sacar la basura, lavar los trastos, la ropa, comer, dormir, etc.) y dejamos de un lado lo extraordinario. Tristemente solemos darle prioridad irrefutable a lo-que tengo-que-hacer, y guardamos lo-que-me-gustaría-hacer en el cajón que nunca abrimos ni para quitarle el polvo que se ha acumulado.
Este deprimente síntoma de la escasez de hedonismo de los tiempos modernos generalmente suele relacionarse con la llamada madurez y se acentúa con la edad, sobretodo cuando hay que barajar demasiadas responsabilidades.
No es que elijamos ser así, la vida nos orilla a ello, y en nuestros ajetreados itinerarios rara vez hay un apartado que se entitule "Tiempo para mí". Total que lo preocupante es que, un buen día, uno voltea para darse cuenta que ya pasaron veinte años y que todavía no ha emprendido ese viaje soñado, que no se ha inscrito en esas clases que tanta ilusión le provocaban y, que aunque Stephen Hawking acabe de dar tres opciones supuestamente viables para viajar en el tiempo, la verdad es que es poco probable que esa sea una posibilidad real para volver al momento en el que teníamos el espíritu fresco y la fuerza física de hacer muchas cosas.
Así que últimamente he luchado contra las mancecillas para ver si logro robarle los suficientes minutos para juntar tres horas y así poder asistir a una clase de meditación al menos una vez cada tres semanas. También estoy buscándole un agujero a los bolsillos del reloj para ver si con lo que encuentre ahí logro avanzar en la lectura del libro en turno. En ocasiones me quiero pasar de lista y, tomándome un espresso a las 7 de la tarde, logro ver si acaso un capítulo completo de la serie que es en este momento es mi preferida. Desgraciadamente el despertador me cobra esa ocurrencia con creces, y me hace darme cuenta que reducir mis ciclos de sueño sólo resulta en que al día siguiente la rutina me cueste más trabajo y termine aún más cansada. De cualquier modo no me voy a rendir. Seguiré buscando la manera de detener el tiempo un poquito cada día para privilegiar una actividad que no sea de necesidad básica por el puro gusto de hacerlo.

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