Upps...


Pasaron otros 30 días y me tocó ir de nuevo con la nutrióloga. Estaba segura que había subido por lo menos uno de los kilos que bajé el mes anterior, me porté taaaan mal las últimas dos semanas... Y es que, estar a dieta por un largo periodo, más que difícil es aburrido. Lo peor es que cuando ya se logró la mayor parte del objetivo, uno siente que se puede consentir un poquito, ¡error! El poquito se vuelve demasiado y aquí están las consecuencias. Lo bueno es que no subí, ni de peso, ni de porcentaje de grasa en el cuerpo, pero bajé sólo medio kilo de los dos que me faltaban. Me reprocho a mí misma no haber seguido bien el régimen alimenticio, ¡ya hubiera terminado y tendría libres los fines de semana! Ahora mi objetivo es seguir al pie de la letra el plan que me toca, ¡ya quiero terminar!

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Escapada al spa


Solemos relacionar la necesidad de descanso a un proyecto vacacional que requiere una gran planeación, hacer un enorme gasto y recorrer bastantes kilometros de distancia. El resultado: pocas salidas y mucha tensión antes, durante y después del viaje. En realidad para encontrar un poco de sosiego, lo único que hace falta es alejarse de la rutina y algunos mimos. La semana pasada mi marido y yo dejamos al bebé en muy buenas manos y nos fuimos unos días a un hotel/spa a poco más de una hora del D.F. Fue fantástico. Y es que además de lo bien que hace abandonar el caos urbano y deslindarse de responsabilidades, los masajes poseen grandes beneficios para el cuerpo humano a distintos niveles. Favorecen la relajación física y psíquica, alivian la tensión (previniendo y eliminando el estrés y la ansiedad) y facilitan la absorción de líquidos, previniendo la hinchazón, entre otros muchos beneficios. Si a eso se le agrega unos baños en aguas termales, la combinación es inmejorable. Pero lo mejor de estar en un spa: uno no tiene que pensar en hacer de comer, lavar trastes o meterse en el tráfico. Apenas volví y ya me quiero volver a ir...

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Fórmula para la eterna juventud



El otro día en un desayuno, una de mis amigas nos contó feliz que ya había encargado su iPhone. Todas las demás (usuarias de dicho modelo de celular) le aseguramos que se enamoraría del aparato, pero que para realmente disfrutarlo, debía entrar a Twitter. Ella nos miró renuente, y dijo que no tiene tiempo para esas cosas (mismo argumento que había dado antes para cambiar a un teléfono con acceso a internet). Mientras ella ponía cara de incredulidad, las demás intentábamos compartirle nuestra experiencia: se enteraría de temas de actualidad, conocería gente con sus mismos intereses, le resolverían dudas de todo tipo, recibiría recomendaciones musicales, etc...pero lo más importante, se sentitría más cerca de nosotras. Tras tanta labor de convencimiento, mi amiga acabó cediendo y aceptando (aunque yo creo que lo dijo sólo para callarnos). Sin embargo, más allá de los beneficios que se puedan obtener al echar mano de una herramienta como esta, lo más importante es que su usuario está al tanto de lo que está pasando con los medios y la tecnología, sabe qué son realmente, cómo funcionan, y por ende, se mantiene joven. Un viejo es el que no sabe usar un reproductor de dvd o una computadora, ¿no es cierto? Pues eso es muy fácil que suceda con alguien que deja de interesarse en lo que pasa con los nuevos medios de comunicación. Así que si quieren ser eternamente jóvenes (o al menos tener la actitud), a entrarle a todo lo que implique estar "al día". El yoga y las cremas pueden ayudar, pero creánme que estar informada y con la mente activa cuenta más que una apariencia de quinceañera. Por cierto, ¡síganme en mi twitter! http://twitter.com/Dada13

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¿Mamá o profesionista?


Hace poco en Lipstick Jungle (serie televisiva que disfruto mucho), Nico, una de las protagonistas y editora-en-jefe de Bonfire (una prestigiada revista en Nueva York), se presenta con un colega suyo. Él le pregunta sorprendido: "¿Una editora? ¿Le dan esos puestos a las mujeres?" Y ella contesta: "Sí, mientras no cocinemos o tengamos muchos hijos". Parecería un comentario gracioso sin importancia, pero tiene un tremendo trasfondo. Ahí les va otra historia: Una amiga tuvo un bebé a principios de este año. Todo la cuestión de permiso de ausencia se complicó a causa del nacimiento prematuro, y a pesar de que ella había calculado todo para tomarse unos días antes del parto y estar con él hasta que tuviera 3 meses cumplidos, las circunstancias quisieron que se viera obligada a dejarlo a los 42 días para regresar a trabajar. La decisión fue difícil a nivel emocional, pero a nivel práctico la solución era evidente: debía regresar a su oficina o ahí se terminaría su carrera. Ahora es mamá trabajadora, con la ventaja de que su horario laboral termina a las 3 p.m. y tiene la tarde para estar con su bebé. Muchas mujeres lo hacen inclusive saliendo a las 6 o 7, como yo lo hice un año. Sin embargo, son muy pocas las madres que llevan sus carreras hasta las últimas consecuencias, y no por decisión propia. Desgraciadamente el mercado laboral sigue siendo discriminatorio hacia las mujeres,y peor para las que son mamás. A las de nuestro género se nos ve como trabajadoras con complicaciones, y para que no quede en especulación mía, les dejo esta nota que lo confirma. Lo peor es que una vez que una mujer que es madre sale del mundo laboral (por la razón que sea), es muy difícil que se reintegre. En países del primer mundo no sólo dan de 6 meses a dos años de permiso por maternidad (entendiendo la importancia del asunto), sino que además le otorgan todas las facilidades necesarias a una madre trabajadora para que pueda seguir aportando lo mejor de ella tanto a la empresa en la que trabaja, como a su familia. Ni modo. Vivimos en un país que no apoya la necesidad (en el amplio sentido de la palabra) de trabajar de las mujeres, y las orilla a quedarse con una u otra opción. Ahí es donde debe salir a flote nuestra creatividad. Hay muchas maneras de trabajar que no son las tradicionales. Lo importante es no derrotarnos.

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Accesorofilia


Algo así se llamaría el amor hacia los accesorios de cocina. Hace tiempo que tengo un affaire con ellos. Estoy perdidamente enamorada de su estética, de su funcionalidad, de cómo hacen la ya gratificante tarea de cocinar aún más agradable. Desde que acompañaba a mi madre a comprarlos, recuerdo pasar mucho tiempo admirando esos cachivaches, sin saber bien a bien para qué servía cada cosa, pero estando segura que quería uno de cada uno en mi cocina algún día. Cuando empecé a vivir sola, lo primero que compré para mi "departamento de soltera" no fueron floreros, ni velas, ni cualquier otro objeto decorativo, sino unas lindas y prácticas tijeras que hasta la fecha están en el cajón que queda al lado de la estufa. Mi padre me dijo "Qué bien, ya tienes el aire para tus llantas". Recuerdo que ante su puntual comentario acepté lo absurdo de mi compra; pero hoy, 7 años después, esa herramienta sigue siendo utilísima en mi hogar. Ahora traigo una fijación con los contenedores de comida (mejor conocidos como tuppers) herméticos. Además de conservar muy bien los alimentos, hacen más fácil acomodar todo en el refrigerador y los hay para cualquier tipo de contenido. Lo malo es que al sacar la comida de su empaque, la fecha de caducidad se queda en el plástico, por lo que me encantaría encontrar etiquetas para escribirla en cada recipiente. Otro utensilio que me encanta son los clips para cerar bolsas, que además son magnéticos y se pueden tener a la mano pegados al refri. O la cuchara parisien que sirve para sacar perlas de fruta . Este último me resulta de lo más práctico y glamoroso: yo lo uso para preparar el melón, en lugar de cortar cubitos y tener que pelearme con su dura cáscara. Podría seguir con mi lista, pero no lo haré para que no me tachen de rara (más de lo que ya deben haber pensado que soy). Que quede hasta aquí mi homenaje a estos preciosos artefactos.

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Cocinar es una gran terapia


He descubierto que algunas labores propias del hogar son muy terapéuticas. Picar verduras o planchar ropa me resultan actividades relajantes e introspectivas (claro, mientras no las tenga que hacer con prisa). Como plus hay un resultado tangente y gratificante (sobretodo en el caso de la cocina). Sin embargo, cuando se vuelve obligación, puede ser bastante desgastante. Recuerdo a mi madre lamentándose del hecho de TENER que pensar diario en qué hacer de comer, y me parece que es una queja común de muchas amas de casa... Con todo lo que hay que hacer de manera rutinaria, rara vez queda espacio para la creatividad. Además se agrega el factor hijos-quejándose-de-que-no-les-gusta-esto-o-el-otro. O que no quieren verduras. O que de plano no quieren comer. Yo todavía no tengo ese problema. Mi niño todavía se alimenta de cosas muy sencillas, y yo, en un espíritu práctico, como lo mismo que él, sólo un poco más condimentado o con picante. Es una buena opción porque además son platillos muy adecuados para mi dieta, pero ayer estaba un poco aburrida y me puse a buscar una opción para preparar algo distinto. Preparé esta receta y quedó buenísima. Algo diferente, rico y sin perder de vista lo light. Lo mejor es que fue sólo una probadita de todo lo que puedo encontrar en línea... Así que seguiré experimentando.

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10 cosas que me ponen de malas


Es lunes, buen día para quejarse. Vaya, no es que se requiera mucho para ponerme de mal humor. Como buena mujer, soy temperamental. Pero hay pequeños detalles, mínimas distracciones de mi parte (o descortesías de los demás) que hacen que me amargue el ratito... y es son cosas que considero que con un poquito de buena disposición se podrían evitar y viviríamos en un mundo mejor. Aquí mi lista.

1) Que se me olviden las bolsas de tela del súper. ¡Ah, cómo me molesta este descuido! Es coperar con la contaminación ambiental de manera innecesaria y además son más difíciles de cargar.
2) Que se me haga tarde cuando según yo salí con tiempo. Cuando me pasa me acuerdo que nunca se sale demasiado temprano y que, para mi carácter, es mejor esperar que llegar retrasada.
3) Que la gente sea desconsiderada en la calle. Es decir, cuando se quedan a la mitad de la calle y no pasan ellos ni te dejan cruzar, o cuando no te dan el paso por avanzar unos cuántos metros. O cuando el del coche de atrás toca el claxon cuando le diste el paso a un peatón, o cuando siendo peatón no te dan el paso, o cuando se estacionan en la puerta de tu garage...¡Qué poca cultura cívica!
4) No saber qué ponerme y perder tiempo decidiéndolo. Como que no es la gran ciencia vestirse para el diario, pero hay días que nomás no me gusta nada y puedo pasar un buen rato tratando de decidirlo. Pérdida de tiempo innecesaria.
5) Dejar para mañana lo que pude hacer hoy y que eso me traiga un problema mayor. O puesto en una sola palabra: la desidia. Y cuando se trata de pagos, puede costar los intereses... o que te corten el agua o la luz.
6) Que no me contesten un mail, un sms o un tweet. Hay gente que todavía no le da la importancia que tienen a esos mensajes, yo siempre digo que hacer esto en esta época equivale a voltearle la cara a alguien cuando te habla.
7) Que me pregunten algo y cuando empiezo a responder ya no me pongan atención. Si no les interesa lo que tienes que decir, ¿para qué preguntan?
8) Que se me eche a perder comida del refri. Es bien difícil calcular cuánto va a consumir una familia, pero es mejor ir dos veces a hacer la compra que tener que tirar a la basura alimento.
9) Desperdiciar el tiempo libre. Creo que siempre hay algo interesante que leer, ver o escribir antes que decir "estoy aburrida".
10) El maltrato al cliente. Se nos olvida que pagamos buen dinero al ir a un restaurante o contratar algún servicio y que debemos exigir que nos atiendan como deben.

¿Soy muy quisquillosa o compartes mis manías?

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Me siento maaaal...




Desde el martes traigo un resfriado tremendo. Nariz reseca, garganta irritada, pañuelos desechables al por mayor...Estar enferma es molesto, pero cuando además hay que cuidar un bebé, hacer labores domésticas y trabajar sin importar las condiciones de salud, la convalescencia se sufre en grado superlativo. Extraño esas épocas en las que, cuando me sentía mal, me podía meter en la cama todo el día a recuperarme ... o cuando, aunque no estuviera del todo bien, al menos en la oficina solamente tenía que trabajar, no preocuparme por preparar la comida, etc. Quiero dormir hasta sentirme mejor, y no puedo... Ni modo, supongo que de esto se trata ser parte de las superwomen de esta generación. Rectifico, no sólo de esta generación, porque aunque nuestras mamás no tenían la responsabilidad de la parte profesional, tenían muchos más niños. Entonces, en resumen, de eso se trata ser mamá. De pasarte del otro lado del apapacho, darlo todas las veces que sea necesario y en las condiciones que sean. También se aprende a recibirlo de distinta manera. Pero como no se trata de hacer una reflexión sobre la maternidad, sino sobre la salud, terminaré reconociendo la sabiduría del dicho "La salud no es conocida hasta que es perdida". ¡Ya me quiero estar sana!

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La felicidad del hogar




No es gratuito que se le haya apodado así a la ayuda doméstica. En verdad que las personas que nos apoyan en casa son una bendición. Como ya he comentado en otro momento, uno puede estar TODO el día lavando trastes, recogiendo tiliches, preparando alimentos, y el trabajo NUNCA estará terminado. Porque además de lo anterior, para que una casa esté limpia, hay que sacudir, trapear, limpiar baños, lavar ropa, etc, y (falta de experiencia aparte) ¿a qué hora se supone que lo hagamos si además queremos pasar tiempo con los niños y tenemos entregas laborales? Así que sin duda es una fortuna contar con ellas. La señora que me ayuda se llama Margarita y nunca deja de sorprenderme lo bien y lo rápido que hace las cosas. En 4 horas deja la casa prístina, y además es una persona de toda mi confianza, al grado que tiene llaves de la casa. El sábado faltó y cómo la extrañamos. Eso me inspiró a escribir este post, el cual le dedico a todas esas fantásticas mujeres como Margarita (y Berta en casa de mi papá) que hacen nuestra existencia menos compleja. En otros países, las asistentes del hogar cobran por hora y como profesionistas. Así que tengamos eso en cuenta al tratarlas y pagarles: tenemos mucha suerte de poder contar con ellas.

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