Divertirse como enanos


Hoy es la celebración del Día del Niño en todas las escuelas del país. A pesar de que mi hijo ya parece el protagonista de todos los posts y este blog no es exclusivo para mamás, esta vez sólo lo tomaré como referencia para algo que puede interesar a cualquiera.
La anécdota es la siguiente: el miércoles me avisaron que hoy mi niño debía ir disfrazado (las niñas de hadas, los niños de duendes). Con tan poco tiempo para el día del evento, el hacer el disfraz (o bueno, mandarlo a hacer o pedirle a mi suegra que lo confeccionara) no era una opción. Así que pensé en ir al mercado al buscarlo, ahí había visto miles de puestos de disfraces. Mi plan era ir la mañana del jueves, por la tarde si algo salía mal, y problema resuelto. Con lo que no contaba era con que mi niño amaneciera resfriado, que pasaría gran parte de la mañana mimándolo y que por la tarde tendría que llevarlo al pediatra. Eso me dejó una hora escasa para ir a recorrer (junto con él) todos los puestos para darme cuenta que tenían cientoss de vestidos de hadas, pero que para niño no había nada más que un gorrito de duende navideño.
El visitar al médico tampoco fue sencillo: el tráfico estaba espantoso por lo que tuvimos que invertir toda la tarde en llegar a un consultorio para que me dijera lo que ya había diagnosticado por teléfono: un cuadro de catarro leve. Sin embargo si me empeciné en ir hasta allá fue para que me diera un certificado médico para que lo recibieran en la escuela después de que yo había avisado que estaba enfermo. Hoy por la mañana, cuando ya íbamos en camino y después de una batalla tremenda para vestirlo, darle la medicina, intentar que desayunara algo y subirlo al coche, llegué a preguntarme si de verdad había valido la pena todos los esfuerzos. Al final todavía está muy pequeño y para él todos los días son como de fiesta.
Obtuve mi respuesta en cuanto escuché un "¡WOW!" en la parte trasera del coche mientras nos acercábamos a la puerta del kinder. La decoración del plantel y los disfraces de los niños hacían evidente que era un día de fiesta. Mi hijo se quedó feliz. Entonces entendí lo importante que era que no faltara hoy. Que se diera cuenta que en la escuela (y en la vida) no todo es rutina, trabajos, órdenes y disciplina. Que hay días especiales, más allá de cumpleaños y fines de semana, y que vale la pena hacer un gran alboroto de vez en cuando. Me di cuenta cómo se me había olvidado todo esto al crecer, "volverme adulto", entrar en rutinas controlables y preocuparme sólo por responsabilidades y trabajo. Qué bueno que existen estos duendecillos o enanos (sean hijos, sobrinos o vecinos) para recordarnos que siempre podemos encontrar un pretexto para divertirnos.

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1 comentario:

Jess dijo...

Afortunadamente tenemos a los pequeños que nos ayudan a volvernos a sorprender hasta de los más pequeños detalles. Mi peke se sorprende cada vez que ve un juguete, aunque haya jugado con él hace tres minutos... Es lo máximo!