Las cuatro horas más cortas de la historia


Otra vez, me queda sólo media hora para tener que ir a recoger a mi niño. Qué ilusa fui cuando entró a la escuelita e hice tantos planes, pensando que tenía cuatro, CUATRO preciosas horas para hacer "lo que yo quisiera". Me inscribiría al Instituto Italiano para recursar los niveles que fueran necesarios y certificarme en el idioma, haría yoga, meditaría en el jardín, iría a que me hicieran manicure y pedicure, me vería para desayunar con mis amigas, quizás de vez en cuando me daría tiempo de tomar una siesta.
Ja-ja.
Siempre que me doy cuenta que, una vez más, ya "se me acabó el veinte", reviso en qué se me fueron los minutos. Días como ayer, en los que recorro la ciudad tres veces, visito dos oficinas, voy al banco, etc. ni siquiera tengo que hacer memoria, más bien me impresiona que de pronto me sobre un momento para tomarme un café por ahí. Son las mañanas como la de hoy las que se me escurren como agua entre las manos. Entre las vueltas, las llamadas, las entregas, ir al súper, al mercado, cocinar, sacar los pendientes, revisar correos, contestar los mismos, que suena el timbre, que toca la vecina, etc., etc., etc., "mi tiempo" no alcanza prácticamente para nada. De hecho empiezo a preguntarme cómo podría hacer todo esto si trabajara de tiempo completo y lejos de mi casa. En fin, me voy. De los doscientos cuarenta minutos ya sólo me quedan veinte, y me toma al menos quince llegar a mi destino. No puedo esperar a ver en qué se me esfuman las 4 horas que me tocan mañana...

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