Soy un cliché



Todas nos sentimos únicas y en cierto sentido lo somos, pero no hay que creérsela. Así que empezaré por poner el ejemplo y lo admitiré de una vez por todas: soy un cliché. Si se asoman a mi bolsa encontrarán una lista del súper, un carrito de mi niño, tickets de compras y un estuche "de cosméticos" cuyo contenido se ha reducido a un espejito, una lima y un bálsamo para labios. Nunca sé en dónde dejé mi cartera. Voy al mercado, compro flores para mi casa. Comento el precio del jitomate bola con quien se deje. Me emociono cuando me topo con un accesorio de cocina lindo, o con esa espátula que tanta falta me hacía y que no había encontrado en ningún lado. Siento ganas de llorar cuando no me sale el arroz. Me encanta la ropa, los zapatos, los lentes y las bolsas. Hace mucho que no me hago un corte de pelo atrevido porque ni tiempo tengo para peinármelo. Tengo un hijo y quiero otro (y quién sabe, quizás otro más). Tuve una carrera ascendente y ahora "freelanceo" exclusivamente dentro del horario y calendario escolar (o por las noches). Cuando no estoy saturada de pendientes, hago galletas para amenizar una tarde. Leo apenas un par de páginas del libro en turno antes de quedarme dormida. ¿Podría ser más común? Y lo más aterrador de todo es que -detalles más, detalles menos-, mi historia es la misma que la de mi madre y que la de mi abuela, y que la de mi bisabuela ... eso no sólo anula cualquier atisbo de originalidad con el que pude soñar, sino que me convierte en un lugar común histórico. Así me ven muchos y lo mismo aplica para ustedes, señoras. Algún día nuestras hijas e hijos nos considerarán un grano de arena más de ese desierto que forma la idea de las amas de casa, como una figura aburridísima y triste, deprimida y abnedgada, pero eso no importa. Sólo nosotras podemos saber lo disfrutable y magnífico que es ser parte de este cliché.

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