¡Ñoña, ñoñísima!


Cualquiera diría que en la primaria fui una "matada". Tuve un promedio tan bueno de manera constante durante los cinco primeros años, que en sexto fui elegida para ser parte de la escolta de la Bandera Nacional, honor máximo de mi prestigiadísima -lo pondría entre comillas, pero no quiero ofender a nadie- escuela. Sin embargo deserté (no le avisé a nadie, simplemente dejé de presentarme) a dicha honorabilísima labor porque podía más mi timidez que el orgullo de marchar resguardando el Lábaro Patrio frente a todo el plantel los lunes por la mañana. También tuvo que ver mi aversión a portar un día extra a la semana ese uniforme café de tela rígida tan poco cómodo (ya no se diga favorecedor) que nos hicieron usar para las clases de deportes a lo largo de todos los años de educación básica.
En fin, a pesar de haber sido condecorada con semejante privilegio, ser merecedora del mismo no me representó ningún esfuerzo ni sacrificio de ningún tipo, por lo cual lo de matada no aplica. Más bien era súper nerd (relativo aislamiento social incluído, aunque no fui una cuatrojos oficialmente sino hasta que estuve a punto de pasar a la secundaria). Ponía atención en las clases, generalmente hacía las tareas, y ya con eso me iba muy bien.
No entraré en detalle de lo que sucedió en el bachillerato, cuando las hormonas y distracciones propias de la edad anularon por completo mi sentido común y mi rendimiento escolar se fue al piso, pero materias pasadas "de panzazo" y muchos exámenes extraordinarios aparte, en todas mis actividades extracurriculares (que fueron varias) siempre fui la estrellita -igualito que Max Fischer en Rushmore, un desastre en la escuela, pero ajonjolí de todos los moles.
Seguí con esa tendencia en la mayor parte de las clases de la carrera, sobretodo en las que más me interesaban. Siempre sentada hasta adelante, siempre levantando la mano. Aunque no fui ni de lejos la mejor de mi generación, terminé sintiéndome bastante satisfecha con mi desempeño y promedio general, los cuales me valieron nada más y nada menos que la exención de la tesis.
En resumen, y por si no ha quedado claro, soy una ñoña. Ñoña, ñoña, ñoñísima. Hay quien incluso me considera bastante geek (para ser una ama de casa, pues). Eso no sería relevante en este momento de mi vida si mi naturaleza nerd se limitara a suergir en las aulas, pero no. Ahora que estoy realizando nuevas actividades, me doy cuenta que quiero hacerlo todo, quiero hacerlo bien, y quiero ser la mejor.
¿Les suena familiar? Conozco a varias con la misma historia que la mía. Mujeres tomándose más que en serio todos sus papeles (de profesionista, esposa, madre, ama de casa, cocinera, decoradora, etc.). Importando poco lo que los demás puedan pensar o los títulos y reconocimientos que se puedan obtener, el problema de ser ñoña es que una se pierde toda la diversión. Entonces, a lo único a lo que debemos dar todo nuestro tiempo y dedicación es a aquello que disfrutamos realmente, a lo que nos da satisfacciones que se hacen llamar profundas y duraderas, pero sobretodo, a las cosas que podemos hacer bien sin sufrirlas. En resumen, está bien ser nerd pero nunca una matada, y ser ñoña es un síntoma de que vamos directito por el camino que se toma para ser en una mártir.
El peor escenario es el riesgo de convertirse en Bree Van De Camp, ¿y quién quiere ser una mujer frustrada, de rostro inexpresivo, ojos fríos y cabellera sin vida? Por más exitosa que sea laboralmente, por bien que cocine o linda que tenga su casa o jardín, ahí sí, prefiero que me reprueben en todos los aspectos de la vida que ser como ella. Quiero pasármela bien siempre.

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