Mi segundo hogar



Hace un par de años, por su trabajo, un amigo tomaba vuelos nacionales dos o tres veces a la semana. Me contaba que en esa época, los de seguridad del AICM ya lo saludaban por su nombre cuando lo veían llegar. La cantidad millas que reunió en esa época nunca me la reveló, pero lo que sí me confesó es que, por la frecuencia con la que iba y el tiempo que tenía que pasar ahí, ya sentía la terminal 1 como una segunda casa.
Ojalá me dieran puntos o algún tipo de recompensa por mis frecuente visitas al súper. No sé si será que estoy desorganizada, pero voy prácticamente diario. Cuando creo que adquirí absolutamente todo lo que se necesitaba, y que no regresaré en, al menos, un par de días, llego a casa para encontrar que se acabaron las bolsas de basura... o la leche... o el pan de caja.
Total que siempre tengo que regresar al día siguiente (si no es que más tarde el mismo día), pero aún nadie me saluda por mi nombre. Sentimentalismos aparte, el problema real es que cada que una va, sale con un par de cosas más de las que realmente necesitaba. Esto sucede sobretodo en los establecimientos más grandes, en donde se tiene que cruzar varios departamentos para llegar al objeto de compra. Dicen que para evitar eso es buenísimo el servicio de envío a domicilio, pero no sé, no me siento cómoda con que alguien más escoja mis víveres. Lo único que me queda es tratar de fijarme mejor o recurrir a las tienditas de la esquina.

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1 comentario:

Anilu Magloire dijo...

Listas!!! Has listas antes de ir al super y revisa el refri y la alacena al hacerlas.
Eso me funciona a mi pues odio ir al super :)