La buena vecindad


La palabra vecindad suele asociarse a un lugar en donde las familias de clase baja habitaban los cuartos de una gran casa venida a menos. La convivencia de grupos de personas con costumbres tan variadas era tan estrecha, que vivir ahí resultaba por demás conflictivo. No en balde Roberto Gómez Bolaños tomó un escenario tal para recrear su exitosa comedia, "El chavo del ocho".

Cuando digo "vecindad" me refiero a la relación que se establece con los vecinos. Ésta puede ser muy complicada, trátese de una casona compartida, de un multifamiliar, de un edificio de departamentos, de casas dentro de exclusivos condominios, o de países. Estar pared con pared, codo con codo, o lo que es lo mismo, frontera con frontera, puede llegar a ser una pesadilla si el nexo no se trata con el suficiente cuidado.

Desde que salí de la casa paterna, en donde había un idilio comodísimo y respetuosísimo con los vecinos, en mi vida independiente había logrado librar los problemas con los residentes cercanos. Habiendo elegido siempre construcciones antiguas, las fiestas, gritos de cualquier índole o llantos de bebés nunca causaron conflictos ni de adentro hacia afuera, ni en sentido contrario. En la oficina en donde trabajaba, por la naturaleza de trabajo creativo que ahí se realiza, no había paredes ni cubículos... todo era un gran piso en el cual uno se enteraba inclusive de los problemas maritales o médicos de los compañeros. Tampoco ahí sufrí la proximidad de otros seres humanos.

Mis dolores de cabeza comenzaron cuando me mudé a la colonia Roma, en donde abundan los letreros de NO ESTACIONARSE, SE PONCHAN LLANTAS GRATIS y el originalísimo NO ESTACIONARSE NI UN MOMENTO, NI UN RATITO, NI UN SEGUNDO, ¡NO SEA NECIO!

Una vez, estando embarazada y con las hormonas desquiciadas, llegué a tener un serio problema con una chica. Por gracia del destino esa mujer desapareció de mi panorama, y el lugar frente a la puerta de mi garage quedó libre para que cualquiera se pusiera ahí mientras yo no esté fungiendo como "la loca de la ventana". Lo maravilloso fue que, a fuerza de estar preguntando de quién eran los vehículos obstructores, llegué a un acuerdo con la vecina de la casa contigua: ella puede hacer uso de ese espacio, siempre y cuando haya quien lo quite cuando yo tenga que entrar o salir.

Ya me sentía lo suficientemente afortunada con haber llegado a ese acuerdo y de haber encontrado a una persona respetuosa y consciente, cuando la semana pasada, la dueña del corsa negro con una estampa de Stereo Joya, me dio una grata sorpresa. Para corresponder a mi "permiso", me regaló unos deliciosos xoconostles para preparar agua. No sólo me pareció un gran detalle de su parte, sencillo y sincero, sino que me dio la oportunidad de probar algo que no conocía y que me pareció exquisito. Todavía no tengo la oportunidad de agradecerle lo suculento del obsequio. Vaya, ni siquiera sé el nombre de esta amable mujer, pero este post es para ella y para todo el que pratique la buena vecindad en cualquier ámbito. Creo que (y parafraseando el pensamiento de Benito Juárez como bien amerita este tema), todo es cuestión de no faltarnos al respeto y de ponerse un segundo en los zapatos del otro.

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