Manías


Todos tenemos pequeñas obsesiones, acciones absurdas que repetimos de manera cotidiana y continua. Morderese las uñas, jalarse un mechón de cabello, revisar los cubiertos en la mesa de un restaurante... Pero, ¿qué pasa cuando transportamos esas manías al ámbito casero? Se vuelven una pesadilla, un monstruo que nos aterroriza de manera constante. Detallitos que, de no ser resueltos, no nos dejan tranquilos. Yo tengo dos muy identificadas, y las dos tienen que ver con la cama. Uno: no soporto que esté destendida. Dos: no puedo ver ropa tirada encima de ella. Y no es que yo sea la más ordenada, ni mucho menos, pero de alguna manera me parece que entrar a una recámara y ver la cama hecha y despejada, es cumplir con un requisito mínimo del quehacer hogareño. Estoy consciente de que es una costumbre que me dejó arraigadísima mi madre, la cual no nos dejaba salir de la casa el fin de semana sin antes hacer nuestras camas. Me encantaría que no me molestara, que las sábanas revueltas sobre el colchón combinaran con los juguetes de mi hijo regados en el piso. Simplemente no puedo, en cuanto salgo de bañarme procedo a tender la cama invariablemente. Inclusive puedo dejar la tarja llena de trastes sin lavar, pero salir sin tender la cama, imposible. Supongo que por eso es una manía y que todos tenemos las nuestras. ¿O seré sólo yo?

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